Seminario: El Edipo y sus vicisitudes.Coordinadora: Mariana Fagalde.
“Si los registros del ser están en algún lado,
a fin de cuentas, están en las palabras.
No forzosamente en palabras verbalizadas.
Puede que sea un signo en una muralla…
( )…No queremos decir otra cosa cuando decimos que
el complejo de Edipo es esencial para que el ser humano
pueda acceder a una estructura humanizada de lo real”.
(Jacques Lacan, Seminario de Las Psicosis)
“Si los registros del ser están en algún lado,
a fin de cuentas, están en las palabras.
No forzosamente en palabras verbalizadas.
Puede que sea un signo en una muralla…
( )…No queremos decir otra cosa cuando decimos que
el complejo de Edipo es esencial para que el ser humano
pueda acceder a una estructura humanizada de lo real”.
(Jacques Lacan, Seminario de Las Psicosis)
Freud desplazándose a lo largo de las coordenadas de su teoría denuncia un límite: existiría una roca mítica que permanece inalterable, que se hace imposible atravesar y que, según intuye, se encontraría en algún lugar situado en los orígenes de sus pacientes neuróticos. Momento cronológicamente inaprensible, aunque rastreable en la narración de las infancias de los sujetos. Una especie de parto que prescinde de las huellas amnióticas de rigor. Parto que no deja rastros de sangre, pero que no está exento de dolor. Parto que invierte su dirección, que ya no trata de una expulsión, ya antes realizada, sino de una incorporación, un acceso a un gran útero atemporal, a una gran matriz virtual que nos preexiste y que, al mismo tiempo, nos permite quedar entramados en la compleja red de relaciones con nuestros semejantes. Una enter-password que nos permite el acceso a lo humano propiamente tal.
Si bien Freud parece no haber explicitado su teoría del sujeto, parece también cierto que ella se encuentra cifrada a lo largo de toda su obra, constantemente referida y entre líneas. Entonces Lacan hará gala de su perspicacia y disciplina para, en su retorno al maestro, despejarla y, de pasada, disfrazado de una relectura, proponer un paso más en su elaboración.
En este recorrido, según alcanzo a entender, cobrará una importancia esencial el tema del Edipo. Drama amoroso familiar revestido de celos y envidias que unido al concepto de castración se alzará como respuesta mítica a ese momento crucial en la estructuración del sujeto en el contexto particular de la experiencia psicoanalítica.
Este trabajo pretende ser un intento de dar sentido a mi propia elaboración del tema, a mi propio recorrido teórico aún incompleto, a mis propias dificultades y malos entendidos, pero también a mis aciertos…Al menos eso espero.
Para ello me valgo del ejemplo de los maestros: Freud lee a Sófocles y su Edipo Rey. Por su parte Lacan hace lo mismo con Poe y su Carta Robada. Todo ello con el fin de mostrar en movimiento los conceptos acerca de los cuales teorizan. En este caso, guardando las proporciones, obvio, yo veo a Ridley Scott y su film “Blade Runner” y ello me permite pensar el Edipo y el origen del sujeto en 35 mm. Y así poner en contexto, en relación, mis avances hasta ahora sobre el tema. Lo demás…a la salida de la función…
Sujeto y Psicoanálisis.
Sin duda el tema del sujeto no es un tema ligado específicamente al psicoanálisis. Lo vemos abordado desde una serie de perspectivas distintas. Ya desde la filosofía, la religión, la literatura o en el arte en general. Quizás lo particular del psicoanálisis sea el lugar donde intenta pensar a ese sujeto. La ubicación donde intenta localizarlo.
Freud, quizás sin quererlo, o quizás sí, a través de su trabajo destituye al yo, a la conciencia, de su protagonismo dentro del pensamiento occidental, ilustrado, heredero del Renacimiento. Relega al sujeto hacia una zona desconocida, una dimensión oscura y profunda, desde donde solo podemos acceder a sus efectos visibles solo en la superficie. Revolución copernicana que alborota la susceptibilidad de su época y que estrena, no sin escándalo, lo que será su “psicología de las profundidades”.
El impacto deja heridas y fracturas expuestas. El animal humano ya no sería tan libre como se solía pensar. El libre albedrío es denunciado como una simple ilusión y la fe en el individuo, consciente, racional, se pierde para siempre. Incluso Dios se estremece.
El psicoanálisis viene a postular nuestro total sometimiento a los determinismos tan dominantes como cualquier otra especie. Excepción hecha de nuestras habilidades lingüísticas y nuestro raciocinio que nos aparta de una relación directa con la naturaleza, que la hace imposible. Habilidades peculiares que inéditamente nos da la posibilidad de preguntarnos por nuestra propia existencia o amar, odiar, mentir, hacer chistes y darle a la sexualidad la más variada gama de variantes.
Entonces desde Freud surge un nuevo sujeto, uno más bizarro, un sujeto que en psicoanálisis se le denomina del inconsciente, siendo a su vez el inconsciente la condición de esta subjetividad. Una subjetividad escindida con la que tendremos que arreglárnosla y que, según Lacan, piensa donde no es, luego es donde no piensa.
Un sujeto que por un lado renuncia a la satisfacción de sus deseos en pos de la convivencia con sus prójimos y que por otro lado se rebela ante esta adecuación, que nunca se apacigua completamente, que siempre manifiesta, de una u otra forma, el inevitable malestar que le produce la cultura.
Pero ¿Cómo rastrear el momento en que este sujeto hace su aparición en escena?
Pienso que el trabajo teórico de Freud apuntó en esa dirección quizás sin proponérselo de manera concreta. Que en algún momento surgió como una necesidad práctica, un eslabón necesario para continuar pensando el psicoanálisis, y que el despliegue que elabora acerca del complejo de Edipo tiene que ver con una construcción, con un intento de respuesta en ese sentido.
Si Freud tiene que recurrir al mito debería hablarnos de lo inaprehensible de ese momento, de su condición límite a toda explicación causal. Aún así él insiste y da muestras de su genialidad. Lo construye en la medida que avanza, en la medida que surgen obstáculos y con ello le da el sello que acompañará, en todo momento, a la disciplina que inaugura.
El recorrido del psicoanálisis no es fácil, a Freud le lleva toda una vida y en algún momento incluso se confunde con ella. Su teoría lo abduce. Nada parece interesar fuera de sus límites, aún así transmite su deseo de que sea constantemente repensada, que esté siempre en movimiento, que nunca se pueda decir la última palabra y caer en la ilusión de un saber establecido.
Me parece que es eso lo que convierte al psicoanálisis en una experiencia única. Transmitida desde la propia e irrepetible marca de la seducción a través de la cual nos dejamos atrapar por ella. Cosa que, según creo, no deja de tener efectos en nuestro trabajo clínico.
Es dentro de esta experiencia cuyas coordenadas parecen ser la sexualidad y la muerte, que acepto el desafío de ahondar en sus conceptos y, en este caso en especial, pensar acerca de este sujeto que es, de alguna forma, efecto mismo del psicoanálisis. Trayecto durante el cual repetidas veces me encontré con la escena edípica lo que me hizo sospechar su crucial importancia y, también, imposible no abordarla.
Escena que me hace pensar en Freud como un miembro más dentro de una especie de gran hermandad que a lo largo de la historia ha cuestionado el sujeto de su época. Si en la Edad Media el golem, como criatura que surge del deseo de crear un ser humano copiando la receta de Dios, cobra vida a partir de una palabra fundamental, una de tal verdad que solo el hecho de grabarla en la frente de un modelo de barro traerá su despertar en medio de la oscuridad que rodea a los alquimistas, en la época del Romanticismo, será Victor Frankenstein quién retomará el intento por cuestionar los progresos de una ciencia que ambiciona divinizarse a través del nacimiento de su propia criatura y sus experimentos con la energía eléctrica como vía para conseguir el tan añorado soplo de vida.
Luego vendrá Freud, quién relevará a sus antecesores planteando su propia versión del surgimiento del sujeto humano en la época del individuo autoconsciente y autodirigido. Para ello hará entrar al espíritu santo, humanizador, a través del Edipo y la posibilidad de acceso a la cultura…y más tarde Lacan lo subtitulará con su teorización acerca del lenguaje y lo simbólico…
El momento del Edipo.
El complejo de Edipo no se encontraba en un principio. Freud tuvo que darse cuenta que, por más bien intencionados, sus pacientes le mentían para recién considerar que el trauma sexual de su revisada teoría de la seducción podía ser fantaseado. Desde entonces se ve llevado a plantear, aún en contra de la mirada escandalizada de su época, que en la infancia la sexualidad juega un importante papel.
En su texto “La organización genital infantil” de 1923 Freud confiesa “Es bien demostrativo de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en el psicoanálisis que rasgos universales y constelaciones características puedan pasarse por alto a despecho de una observación incesante, prolongada por decenios, hasta que un buen día se presentan por fin inequívocamente; con las puntualizaciones que siguen querría reparar un descuido de esa índole en el campo del desarrollo sexual infantil”. Desde aquí el encuentro con la diferencia sexual complejizará aún más el panorama del complejo de Edipo.
La adición de la amenaza de castración y el despliegue de la etapa fálica dará la articulación necesaria para darle la vital importancia a este período en la constitución del futuro sujeto.
Llega a ser tan importante que Freud, asumiendo las diferentes formas en que la escena edípica se atraviesa en el caso del varón y la niña, dirá en su texto “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” a propósito de esta escena que “...es algo tan sustantivo que no puede dejar de producir consecuencias, cualquiera que sea el modo en que se caiga en él o se salga de él”.
La salida implica un logro cultural. Un ordenamiento de las pulsiones parciales polimorfas de la infancia al modo de una canalización necesaria para vivir en sociedad. Una cosa por otra, quid pro quo. No todo es posible. Habrá que asumir la propia castración. O como dice el versículo bíblico “Todo te esta permitido, más no todo te conviene, no todo te edifica”.
De alguna manera, pensándolo a partir del versículo anterior, la escena en que Adán y Eva son expulsados del paraíso me parece muy en la línea edípica pensada por Freud. El niño es expulsado de su paraíso imaginario consecuencia de la ley del Padre. Por comer, o intentar comer, de lo que no se debía es separado de la madre naturaleza. ¿Prohibición del incesto? Puede ser.
Lacan retomará el tema del Edipo insertándolo en una trama más compleja dándole un estatuto simbólico. El incorpora la dimensión del lenguaje trasformando este pasaje en un acceso a la posibilidad de formar parte de la humanidad.
Ya en su primer seminario, donde Lacan da especial énfasis al tema de lo simbólico, nos habla de la necesidad de reconocer la situación del sujeto en este orden simbólico, reconocer qué función asume el sujeto en el orden de las relaciones simbólicas que cubriría todo el campo de las relaciones humanas, y cuya célula inicial no sería otra cosa que el complejo de Edipo, lugar donde se decide la asunción del sexo.
Más adelante, en el mismo seminario nos dirá “El desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se integra al sistema simbólico, se ejercita en él, se afirma a través del ejercicio de una palabra verdadera...( )...Sin duda no cualquier palabra: en esto radica la virtud de la situación simbólica del Edipo...( )...Verdaderamente ésta es la llave, llave en verdad pequeña...” Pequeña, pero esencial para que el ser humano pueda “acceder a una estructura humanizada de lo real”. Al menos hasta que no se piense en otra posible llave.
Para Lacan está claro. Si el cachorro humano no es capaz de incorporarse a este orden que lo preexiste, que ordena su mundo en relación con sus semejantes no podríamos hablar de sujeto, de sujeto neurótico al menos. Sin la introducción del significante y sus leyes se estaría perdido.
Esa es la virtud del Edipo, el pasaje de la Madre al Padre vía la castración. Oportunidad de acceder a una posición subjetiva ante el Gran Otro, el Otro del Lenguaje, el reservorio de significantes, etc.
Por otra parte, y esto pensando en algunas de las críticas que se plantean a la teoría lacaniana, aquello no significa que un sujeto se hará más o menos humano según logre transformarse o no en una figura abstracta, etérea, un ectoplasma sin cuerpo arrojado de significante en significante condenado a vagar eternamente. Esto no haría más que olvidar la estrecha e imbricada relación existente entre los tres registros aportados por Lacan: real, simbólico e imaginario.
Según lo entiendo, para Lacan lo humano tendría la particular característica de ser una humanidad parlante, de ocupar esa compleja estructura de símbolos que es el lenguaje. Por un lado el acceso a sus leyes, pero también el modo particular en que hacemos uso de él una vez instalados. Cuerpo atravesado por este lenguaje. Palabra encarnada en un sujeto que habla y que no deja de tener efectos. Que de algún modo anuncia o cifra su deseo. Que de algún modo dice menos de lo que quiere, pero al mismo tiempo también lo excede. Sujeto radicalmente escindido, moi ( yo en francés, pero en su dimensión imaginaria) y por otro lado Je (sujeto en su dimensión simbólica). Sujeto del enunciado/Sujeto de la enunciación, respectivamente.
Si nuestra morada es el lenguaje, el deseo sería nuestro motor. Y el modo de acceso al estatuto de sujetos deseantes sería aquella mítica operación simbólica inserta en el Edipo, aquel primer significante, S1, Nombre del Padre, que a través de su acción metafórica primigenia nos inserta en la cadena simbólica donde se desplegará nuestro deseo. Deseo que se empeña en colmar una falta radical. La de aquel primer objeto perdido irremediablemente para siempre.
Ahí la clave de nuestro ser-humanos-en-el-mundo. Ser sujetos de un deseo que se juega en otra escena, cuya satisfacción plena se nos escapa, pero que al mismo tiempo nos mantiene en la promesa imaginaria de un goce posible. Ilusión que nos mantiene ocupados durante ese rodeo más o menos breve que es la vida mientras nos alcanza la muerte.
Debo aclarar que del sujeto que hablo es específicamente él de la neurosis. Sin acceso a la ley del significante no existe neurosis nos advierte Lacan. Por ello, la perversión y, sobre todo, la psicosis quedan en suspenso hasta otra ocasión.
Un poco de cine.
Si el breve recorrido que he elegido me ha llevado a tomar la escena edípica como momento simbólico crucial para la constitución del sujeto pensado desde el psicoanálisis, lacaniano específicamente, aquel primer encuentro con la ley del significante donde la metáfora paterna muestra todo su efecto humanizante, me queda intentar mostrar como podría pensarse su puesta en escena en el film que he escogido en esta oportunidad.
Luego de esta apretada sinopsis basta acomodarse en la butaca mientras las luces se apagan y comienza la función…
Blade Runner, film basado en la novela “Do Androids Dream Of Electric Sheep?” (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), del escritor Phillip H. Dick, fue dirigida por el director Ridley Scott y estrenada en las salas de cine en el año 1982. Un año después de la muerte de Jaques Lacan. Probablemente si él hubiese alcanzado a ver esta película habría tenido que escribir más de algún texto sobre ella. Mínimo.
La historia nos instala en el año 2019. La corporación Tyrell ha diseñado una serie de replicantes (androides) con el fin de realizar los trabajos indeseables para el ser humano. Nexus-6 corresponde a la generación más avanzada, fueron diseñados con una inteligencia equivalente a los ingenieros que los crearon. Debido a ello fueron considerados una peligrosa amenaza y se les prohibió habitar en la Tierra. Sin embargo, seis de estos replicantes, pese a todas las medidas de seguridad, escapan y logran llegar hasta nuestro planeta. La policía ha decidido encargar al detective Deckart (Harrison Ford) un blade runner, una especie de caza-replicantes, el trabajo de eliminarlos.
Deckart, eficiente y metódico, los irá eliminando uno tras otro y, en el trayecto, como de pasada, se enamorará de Rachel, una hermosa replicante modelo experimental.
¿Por qué escoger este film en particular? Básicamente porque me da la posibilidad de pensar el tema del sujeto a partir de estos personajes, los replicantes, que tratan de ser una réplica biomecánica tan fiel al modelo humano original que logran convertirse en una amenaza.
Se podría decir que en la novela de Mary Shelley, su Frankestein, se aborda el mismo tema. Claro, pero con la sutil diferencia que su criatura nunca deja el estatus de monstruo. Nunca llega al nivel de confusión con la imagen de su creador. No logra dar ese paso y creo que tampoco fue la intención de su autora. La deja en el nivel de una notable novela de ficción gótica. En cambio, La Corporación Tyrell, lanza al mercado su serie de replicantes bajo el sugerente slogan “Más humanos que los humanos” Precisamente por ello, porque logran poner nerviosa a nuestra especie, es que encuentro interesante mirarlos a la luz de la teoría psicoanalítica y detenerme a pensar un poco más en ellos.
Ya desde la primera escena se nos sorprende. Se ve a un obrero pasar a la oficina de un administrador de test mientras una voz en off lo presenta diciendo “Siguiente sujeto, Klowaski Leon”. Leon luego de ser sometido a la prueba queda al descubierto como replicante.
No resulta menor que aquel androide sea confundido con un humano y que se haga necesario exponerlo a una prueba que busca provocar una reacción emocional para reconocer su naturaleza biomecánica y delatarlo.
¿Cuál es el truco? Una sutileza: buscar su falla. Alguna vez, a alguien, en algún lugar le oí decir que si bien el momento en que el Nombre del Padre opera no nos es posible aprehenderlo directamente, siempre podemos tener noticia de su existencia a partir de sus efectos cuando no se realiza, a partir de los efectos de su falla operativa. Para ello, aquella vez, se ejemplificó con un caso de psicosis.
En el caso de un replicante conviene conocer un poco más acerca de su naturaleza. Ellos fueron diseñados para imitar a los humanos en todo, excepto sus emociones. Aún así, existía la posibilidad de que desarrollasen emociones propias debido al avance tecnológico con que fue creada la generación de los Nexus-6. Ella los hacía capaces de, en algún momento, poder sentir odio, amor, miedo, enojo, incluso envidia. Todo en el ámbito de las posibilidades. Previendo esta situación se tomó la precaución de dotarlos con solo cuatro años de vida. Período que los hacía emocionalmente inmaduros debido a que solo contaban con esos cuatro años para almacenar sus experiencias.
Hasta ahí nada hacía sospechar que un replicante fuera susceptible de humanidad. Solo que hubo un paso más: Se les implantó una serie de recuerdos, tomados de personas reales, que les creaba la ilusión de una vida con pasado incluido.
Hay todavía un segundo paso más: Rachel, la replicante experimental, prototipo de una siguiente generación post Nexus-6, en uno de los diálogos con Deckart se defiende de la acusación de ser un androide mostrándole al blade runner una fotografía de ella cuando pequeña junto a su madre. Deckart le pregunta por algunos otros recuerdos de su infancia. Aparece entonces uno en donde Rachel juega al doctor con su hermano y éste le muestra su pene. Cuando le toca el turno a ella de mostrar lo suyo, escapa asustada. Deckart se da cuenta que Rachel ha ignorado siempre su naturaleza replicante. Perfección asombrosa.
Con ello tenemos el cuadro más o menos estructurado. Una criatura replicante, biomecánica, que no solo es una computadora sino que también “carne”, poseedora de un cuerpo. A ello hay que agregar su manejo del código lingüístico que lo instala en lo simbólico con el detalle de agregarle todo un set de recuerdos prestados con lo cual el sujeto puede hacer manejo de un habla particular y replicar una existencia. Pero eso no es todo. Con el set de recuerdos pasados se incluye unos que tienen que ver con la sexualidad, específicamente uno sobre la diferencia anatómica de los sexos. Es decir que podemos intuir que se ha replicado incluso un complejo de Edipo.
Ya en este momento tenemos una réplica humana bastante exacta aunque en escala reducida. Y lo que viene es aún más sorprendente. Aún faltaba ese detalle, el de introducir la perspectiva de la muerte con la cual la maqueta replicante queda totalmente terminada. En un momento del film se nos aclara que los replicantes que volvieron a la Tierra escaparon debido a que supieron que su duración era solo de cuatro años de vida. Esto gatilla su idea de volver y encontrar a su padre-creador para pedirle alargue la cifra vital.
Si bien Freud parece no haber explicitado su teoría del sujeto, parece también cierto que ella se encuentra cifrada a lo largo de toda su obra, constantemente referida y entre líneas. Entonces Lacan hará gala de su perspicacia y disciplina para, en su retorno al maestro, despejarla y, de pasada, disfrazado de una relectura, proponer un paso más en su elaboración.
En este recorrido, según alcanzo a entender, cobrará una importancia esencial el tema del Edipo. Drama amoroso familiar revestido de celos y envidias que unido al concepto de castración se alzará como respuesta mítica a ese momento crucial en la estructuración del sujeto en el contexto particular de la experiencia psicoanalítica.
Este trabajo pretende ser un intento de dar sentido a mi propia elaboración del tema, a mi propio recorrido teórico aún incompleto, a mis propias dificultades y malos entendidos, pero también a mis aciertos…Al menos eso espero.
Para ello me valgo del ejemplo de los maestros: Freud lee a Sófocles y su Edipo Rey. Por su parte Lacan hace lo mismo con Poe y su Carta Robada. Todo ello con el fin de mostrar en movimiento los conceptos acerca de los cuales teorizan. En este caso, guardando las proporciones, obvio, yo veo a Ridley Scott y su film “Blade Runner” y ello me permite pensar el Edipo y el origen del sujeto en 35 mm. Y así poner en contexto, en relación, mis avances hasta ahora sobre el tema. Lo demás…a la salida de la función…
Sujeto y Psicoanálisis.
Sin duda el tema del sujeto no es un tema ligado específicamente al psicoanálisis. Lo vemos abordado desde una serie de perspectivas distintas. Ya desde la filosofía, la religión, la literatura o en el arte en general. Quizás lo particular del psicoanálisis sea el lugar donde intenta pensar a ese sujeto. La ubicación donde intenta localizarlo.
Freud, quizás sin quererlo, o quizás sí, a través de su trabajo destituye al yo, a la conciencia, de su protagonismo dentro del pensamiento occidental, ilustrado, heredero del Renacimiento. Relega al sujeto hacia una zona desconocida, una dimensión oscura y profunda, desde donde solo podemos acceder a sus efectos visibles solo en la superficie. Revolución copernicana que alborota la susceptibilidad de su época y que estrena, no sin escándalo, lo que será su “psicología de las profundidades”.
El impacto deja heridas y fracturas expuestas. El animal humano ya no sería tan libre como se solía pensar. El libre albedrío es denunciado como una simple ilusión y la fe en el individuo, consciente, racional, se pierde para siempre. Incluso Dios se estremece.
El psicoanálisis viene a postular nuestro total sometimiento a los determinismos tan dominantes como cualquier otra especie. Excepción hecha de nuestras habilidades lingüísticas y nuestro raciocinio que nos aparta de una relación directa con la naturaleza, que la hace imposible. Habilidades peculiares que inéditamente nos da la posibilidad de preguntarnos por nuestra propia existencia o amar, odiar, mentir, hacer chistes y darle a la sexualidad la más variada gama de variantes.
Entonces desde Freud surge un nuevo sujeto, uno más bizarro, un sujeto que en psicoanálisis se le denomina del inconsciente, siendo a su vez el inconsciente la condición de esta subjetividad. Una subjetividad escindida con la que tendremos que arreglárnosla y que, según Lacan, piensa donde no es, luego es donde no piensa.
Un sujeto que por un lado renuncia a la satisfacción de sus deseos en pos de la convivencia con sus prójimos y que por otro lado se rebela ante esta adecuación, que nunca se apacigua completamente, que siempre manifiesta, de una u otra forma, el inevitable malestar que le produce la cultura.
Pero ¿Cómo rastrear el momento en que este sujeto hace su aparición en escena?
Pienso que el trabajo teórico de Freud apuntó en esa dirección quizás sin proponérselo de manera concreta. Que en algún momento surgió como una necesidad práctica, un eslabón necesario para continuar pensando el psicoanálisis, y que el despliegue que elabora acerca del complejo de Edipo tiene que ver con una construcción, con un intento de respuesta en ese sentido.
Si Freud tiene que recurrir al mito debería hablarnos de lo inaprehensible de ese momento, de su condición límite a toda explicación causal. Aún así él insiste y da muestras de su genialidad. Lo construye en la medida que avanza, en la medida que surgen obstáculos y con ello le da el sello que acompañará, en todo momento, a la disciplina que inaugura.
El recorrido del psicoanálisis no es fácil, a Freud le lleva toda una vida y en algún momento incluso se confunde con ella. Su teoría lo abduce. Nada parece interesar fuera de sus límites, aún así transmite su deseo de que sea constantemente repensada, que esté siempre en movimiento, que nunca se pueda decir la última palabra y caer en la ilusión de un saber establecido.
Me parece que es eso lo que convierte al psicoanálisis en una experiencia única. Transmitida desde la propia e irrepetible marca de la seducción a través de la cual nos dejamos atrapar por ella. Cosa que, según creo, no deja de tener efectos en nuestro trabajo clínico.
Es dentro de esta experiencia cuyas coordenadas parecen ser la sexualidad y la muerte, que acepto el desafío de ahondar en sus conceptos y, en este caso en especial, pensar acerca de este sujeto que es, de alguna forma, efecto mismo del psicoanálisis. Trayecto durante el cual repetidas veces me encontré con la escena edípica lo que me hizo sospechar su crucial importancia y, también, imposible no abordarla.
Escena que me hace pensar en Freud como un miembro más dentro de una especie de gran hermandad que a lo largo de la historia ha cuestionado el sujeto de su época. Si en la Edad Media el golem, como criatura que surge del deseo de crear un ser humano copiando la receta de Dios, cobra vida a partir de una palabra fundamental, una de tal verdad que solo el hecho de grabarla en la frente de un modelo de barro traerá su despertar en medio de la oscuridad que rodea a los alquimistas, en la época del Romanticismo, será Victor Frankenstein quién retomará el intento por cuestionar los progresos de una ciencia que ambiciona divinizarse a través del nacimiento de su propia criatura y sus experimentos con la energía eléctrica como vía para conseguir el tan añorado soplo de vida.
Luego vendrá Freud, quién relevará a sus antecesores planteando su propia versión del surgimiento del sujeto humano en la época del individuo autoconsciente y autodirigido. Para ello hará entrar al espíritu santo, humanizador, a través del Edipo y la posibilidad de acceso a la cultura…y más tarde Lacan lo subtitulará con su teorización acerca del lenguaje y lo simbólico…
El momento del Edipo.
El complejo de Edipo no se encontraba en un principio. Freud tuvo que darse cuenta que, por más bien intencionados, sus pacientes le mentían para recién considerar que el trauma sexual de su revisada teoría de la seducción podía ser fantaseado. Desde entonces se ve llevado a plantear, aún en contra de la mirada escandalizada de su época, que en la infancia la sexualidad juega un importante papel.
En su texto “La organización genital infantil” de 1923 Freud confiesa “Es bien demostrativo de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en el psicoanálisis que rasgos universales y constelaciones características puedan pasarse por alto a despecho de una observación incesante, prolongada por decenios, hasta que un buen día se presentan por fin inequívocamente; con las puntualizaciones que siguen querría reparar un descuido de esa índole en el campo del desarrollo sexual infantil”. Desde aquí el encuentro con la diferencia sexual complejizará aún más el panorama del complejo de Edipo.
La adición de la amenaza de castración y el despliegue de la etapa fálica dará la articulación necesaria para darle la vital importancia a este período en la constitución del futuro sujeto.
Llega a ser tan importante que Freud, asumiendo las diferentes formas en que la escena edípica se atraviesa en el caso del varón y la niña, dirá en su texto “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” a propósito de esta escena que “...es algo tan sustantivo que no puede dejar de producir consecuencias, cualquiera que sea el modo en que se caiga en él o se salga de él”.
La salida implica un logro cultural. Un ordenamiento de las pulsiones parciales polimorfas de la infancia al modo de una canalización necesaria para vivir en sociedad. Una cosa por otra, quid pro quo. No todo es posible. Habrá que asumir la propia castración. O como dice el versículo bíblico “Todo te esta permitido, más no todo te conviene, no todo te edifica”.
De alguna manera, pensándolo a partir del versículo anterior, la escena en que Adán y Eva son expulsados del paraíso me parece muy en la línea edípica pensada por Freud. El niño es expulsado de su paraíso imaginario consecuencia de la ley del Padre. Por comer, o intentar comer, de lo que no se debía es separado de la madre naturaleza. ¿Prohibición del incesto? Puede ser.
Lacan retomará el tema del Edipo insertándolo en una trama más compleja dándole un estatuto simbólico. El incorpora la dimensión del lenguaje trasformando este pasaje en un acceso a la posibilidad de formar parte de la humanidad.
Ya en su primer seminario, donde Lacan da especial énfasis al tema de lo simbólico, nos habla de la necesidad de reconocer la situación del sujeto en este orden simbólico, reconocer qué función asume el sujeto en el orden de las relaciones simbólicas que cubriría todo el campo de las relaciones humanas, y cuya célula inicial no sería otra cosa que el complejo de Edipo, lugar donde se decide la asunción del sexo.
Más adelante, en el mismo seminario nos dirá “El desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se integra al sistema simbólico, se ejercita en él, se afirma a través del ejercicio de una palabra verdadera...( )...Sin duda no cualquier palabra: en esto radica la virtud de la situación simbólica del Edipo...( )...Verdaderamente ésta es la llave, llave en verdad pequeña...” Pequeña, pero esencial para que el ser humano pueda “acceder a una estructura humanizada de lo real”. Al menos hasta que no se piense en otra posible llave.
Para Lacan está claro. Si el cachorro humano no es capaz de incorporarse a este orden que lo preexiste, que ordena su mundo en relación con sus semejantes no podríamos hablar de sujeto, de sujeto neurótico al menos. Sin la introducción del significante y sus leyes se estaría perdido.
Esa es la virtud del Edipo, el pasaje de la Madre al Padre vía la castración. Oportunidad de acceder a una posición subjetiva ante el Gran Otro, el Otro del Lenguaje, el reservorio de significantes, etc.
Por otra parte, y esto pensando en algunas de las críticas que se plantean a la teoría lacaniana, aquello no significa que un sujeto se hará más o menos humano según logre transformarse o no en una figura abstracta, etérea, un ectoplasma sin cuerpo arrojado de significante en significante condenado a vagar eternamente. Esto no haría más que olvidar la estrecha e imbricada relación existente entre los tres registros aportados por Lacan: real, simbólico e imaginario.
Según lo entiendo, para Lacan lo humano tendría la particular característica de ser una humanidad parlante, de ocupar esa compleja estructura de símbolos que es el lenguaje. Por un lado el acceso a sus leyes, pero también el modo particular en que hacemos uso de él una vez instalados. Cuerpo atravesado por este lenguaje. Palabra encarnada en un sujeto que habla y que no deja de tener efectos. Que de algún modo anuncia o cifra su deseo. Que de algún modo dice menos de lo que quiere, pero al mismo tiempo también lo excede. Sujeto radicalmente escindido, moi ( yo en francés, pero en su dimensión imaginaria) y por otro lado Je (sujeto en su dimensión simbólica). Sujeto del enunciado/Sujeto de la enunciación, respectivamente.
Si nuestra morada es el lenguaje, el deseo sería nuestro motor. Y el modo de acceso al estatuto de sujetos deseantes sería aquella mítica operación simbólica inserta en el Edipo, aquel primer significante, S1, Nombre del Padre, que a través de su acción metafórica primigenia nos inserta en la cadena simbólica donde se desplegará nuestro deseo. Deseo que se empeña en colmar una falta radical. La de aquel primer objeto perdido irremediablemente para siempre.
Ahí la clave de nuestro ser-humanos-en-el-mundo. Ser sujetos de un deseo que se juega en otra escena, cuya satisfacción plena se nos escapa, pero que al mismo tiempo nos mantiene en la promesa imaginaria de un goce posible. Ilusión que nos mantiene ocupados durante ese rodeo más o menos breve que es la vida mientras nos alcanza la muerte.
Debo aclarar que del sujeto que hablo es específicamente él de la neurosis. Sin acceso a la ley del significante no existe neurosis nos advierte Lacan. Por ello, la perversión y, sobre todo, la psicosis quedan en suspenso hasta otra ocasión.
Un poco de cine.
Si el breve recorrido que he elegido me ha llevado a tomar la escena edípica como momento simbólico crucial para la constitución del sujeto pensado desde el psicoanálisis, lacaniano específicamente, aquel primer encuentro con la ley del significante donde la metáfora paterna muestra todo su efecto humanizante, me queda intentar mostrar como podría pensarse su puesta en escena en el film que he escogido en esta oportunidad.
Luego de esta apretada sinopsis basta acomodarse en la butaca mientras las luces se apagan y comienza la función…
Blade Runner, film basado en la novela “Do Androids Dream Of Electric Sheep?” (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), del escritor Phillip H. Dick, fue dirigida por el director Ridley Scott y estrenada en las salas de cine en el año 1982. Un año después de la muerte de Jaques Lacan. Probablemente si él hubiese alcanzado a ver esta película habría tenido que escribir más de algún texto sobre ella. Mínimo.
La historia nos instala en el año 2019. La corporación Tyrell ha diseñado una serie de replicantes (androides) con el fin de realizar los trabajos indeseables para el ser humano. Nexus-6 corresponde a la generación más avanzada, fueron diseñados con una inteligencia equivalente a los ingenieros que los crearon. Debido a ello fueron considerados una peligrosa amenaza y se les prohibió habitar en la Tierra. Sin embargo, seis de estos replicantes, pese a todas las medidas de seguridad, escapan y logran llegar hasta nuestro planeta. La policía ha decidido encargar al detective Deckart (Harrison Ford) un blade runner, una especie de caza-replicantes, el trabajo de eliminarlos.
Deckart, eficiente y metódico, los irá eliminando uno tras otro y, en el trayecto, como de pasada, se enamorará de Rachel, una hermosa replicante modelo experimental.
¿Por qué escoger este film en particular? Básicamente porque me da la posibilidad de pensar el tema del sujeto a partir de estos personajes, los replicantes, que tratan de ser una réplica biomecánica tan fiel al modelo humano original que logran convertirse en una amenaza.
Se podría decir que en la novela de Mary Shelley, su Frankestein, se aborda el mismo tema. Claro, pero con la sutil diferencia que su criatura nunca deja el estatus de monstruo. Nunca llega al nivel de confusión con la imagen de su creador. No logra dar ese paso y creo que tampoco fue la intención de su autora. La deja en el nivel de una notable novela de ficción gótica. En cambio, La Corporación Tyrell, lanza al mercado su serie de replicantes bajo el sugerente slogan “Más humanos que los humanos” Precisamente por ello, porque logran poner nerviosa a nuestra especie, es que encuentro interesante mirarlos a la luz de la teoría psicoanalítica y detenerme a pensar un poco más en ellos.
Ya desde la primera escena se nos sorprende. Se ve a un obrero pasar a la oficina de un administrador de test mientras una voz en off lo presenta diciendo “Siguiente sujeto, Klowaski Leon”. Leon luego de ser sometido a la prueba queda al descubierto como replicante.
No resulta menor que aquel androide sea confundido con un humano y que se haga necesario exponerlo a una prueba que busca provocar una reacción emocional para reconocer su naturaleza biomecánica y delatarlo.
¿Cuál es el truco? Una sutileza: buscar su falla. Alguna vez, a alguien, en algún lugar le oí decir que si bien el momento en que el Nombre del Padre opera no nos es posible aprehenderlo directamente, siempre podemos tener noticia de su existencia a partir de sus efectos cuando no se realiza, a partir de los efectos de su falla operativa. Para ello, aquella vez, se ejemplificó con un caso de psicosis.
En el caso de un replicante conviene conocer un poco más acerca de su naturaleza. Ellos fueron diseñados para imitar a los humanos en todo, excepto sus emociones. Aún así, existía la posibilidad de que desarrollasen emociones propias debido al avance tecnológico con que fue creada la generación de los Nexus-6. Ella los hacía capaces de, en algún momento, poder sentir odio, amor, miedo, enojo, incluso envidia. Todo en el ámbito de las posibilidades. Previendo esta situación se tomó la precaución de dotarlos con solo cuatro años de vida. Período que los hacía emocionalmente inmaduros debido a que solo contaban con esos cuatro años para almacenar sus experiencias.
Hasta ahí nada hacía sospechar que un replicante fuera susceptible de humanidad. Solo que hubo un paso más: Se les implantó una serie de recuerdos, tomados de personas reales, que les creaba la ilusión de una vida con pasado incluido.
Hay todavía un segundo paso más: Rachel, la replicante experimental, prototipo de una siguiente generación post Nexus-6, en uno de los diálogos con Deckart se defiende de la acusación de ser un androide mostrándole al blade runner una fotografía de ella cuando pequeña junto a su madre. Deckart le pregunta por algunos otros recuerdos de su infancia. Aparece entonces uno en donde Rachel juega al doctor con su hermano y éste le muestra su pene. Cuando le toca el turno a ella de mostrar lo suyo, escapa asustada. Deckart se da cuenta que Rachel ha ignorado siempre su naturaleza replicante. Perfección asombrosa.
Con ello tenemos el cuadro más o menos estructurado. Una criatura replicante, biomecánica, que no solo es una computadora sino que también “carne”, poseedora de un cuerpo. A ello hay que agregar su manejo del código lingüístico que lo instala en lo simbólico con el detalle de agregarle todo un set de recuerdos prestados con lo cual el sujeto puede hacer manejo de un habla particular y replicar una existencia. Pero eso no es todo. Con el set de recuerdos pasados se incluye unos que tienen que ver con la sexualidad, específicamente uno sobre la diferencia anatómica de los sexos. Es decir que podemos intuir que se ha replicado incluso un complejo de Edipo.
Ya en este momento tenemos una réplica humana bastante exacta aunque en escala reducida. Y lo que viene es aún más sorprendente. Aún faltaba ese detalle, el de introducir la perspectiva de la muerte con la cual la maqueta replicante queda totalmente terminada. En un momento del film se nos aclara que los replicantes que volvieron a la Tierra escaparon debido a que supieron que su duración era solo de cuatro años de vida. Esto gatilla su idea de volver y encontrar a su padre-creador para pedirle alargue la cifra vital.
De esta forma podemos encontrarnos con un “sujeto replicante” que es capaz de preguntarse acerca de su propia existencia. Buscar respuestas a sus inquietudes existenciales e incluso enamorarse del protagonista y buscar un sentido para su vida. Un ser capaz de tomar decisiones que le permitan vivir de la mejor forma posible el tiempo que le resta. Lacan estaría fascinado. Su teoría del sujeto proyectada en 35 mm.
Algunas curiosidades antes de terminar:
En una escena una de las replicantes fugitivas, Priss, diseñada para dar placer sexual, lanza su frase para el bronce ante uno de sus creadores: “Pienso, luego soy”. Aplastante lógica cartesiana para definir su existencia como ser individual. Otra cosa a recordar en ese sentido: el blade runner se llama Deckart, curiosa homofonía con Descartes. Quizás es en esa frase donde queda al descubierto la falla que buscan los caza-replicantes…No Priss…el ser humano piensa donde no es, luego es donde no piensa…De ahí quizás lo impredecible de sus emociones…talón de Aquiles para todo replicante.
Bibliografía.
Freud, Sigmund. Obras completas. Amorrortu editores. B. Aires.
· La interpretación de los sueños (1900(1989)).
· Tres ensayos de teoría sexual. (1905).
· Tótem y tabú - Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1913 [1912-13]).
· Introducción al narcisismo – 1914.
· La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad). (1923).
· El sepultamiento del complejo de Edipo (1924).
· Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925).
Lacan, Jacques.
· Seminario Los escritos técnicos de Freud : 1953-1954. / Jacques Lacan ; texto establecido por Jacques-Alain Millar. Paidós. Barcelona.
· Seminario Las Psicosis: 1955-1956 / Jacques Lacan ; texto establecido por Jacques-Alain Millar. Paidós. Barcelona.
· "El mito individual del neurótico".Intervenciones Y Textos. Ed.Manantial
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